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Foto del escritorMariano Pisani

Crónica culinaria de una renuncia anunciada

Un largo mes de invierno en el turno noche, varias comiendas y una pequeña cocina de una cadena gastronómica. Un trabajo duro, exigente y que, a la larga, puede generar algunos problemas. ¿Que se siente trabajar en el rubro gastronómico?¿Es todo color de rosas?¿Qué implicancias tiene trabajar en gastronomía?


Cocina limpia, luego de una largo turno.


Julio 2021. Recibí un mail afirmando que me contrataban para un local del barrio porteño de Recoleta para el turno noche de 16 a 00. "Alegría absoluta", pensé. Un trabajo relacionado a lo que estoy estudiando y en una cadena de renombre era algo positivo ya que en 7 meses de búsqueda laboral era la primera oferta que tenía.


Contratado y, con alegría, llegué al local. Entré y fui directo a la cocina. Había sido la primera vez que estaba en el detrás de escena de un restaurante. Comenzó la travesía hacia un lugar nuevo, interesante de explorar; pero que, a la larga, terminaría siendo como una pesadilla culinaria.


Primer paso: empezar a lavar los platos. Me sorprendió. Quedé impactado. Habiendo estudiado gastronomía nunca imaginé que me iban a mandar a lavar los platos. Tal vez, comenzar cortando y separando los ingredientes hubiera sido un mejor inicio, pero no lo fue.


Así lo fue durante una semana, lavando los platos e intercalando con alguna separación de ingredientes. Al final de esos siete días empecé a prensenciar lo que era verdaderamente la cocina, y más durante el famoso "perro" (la hora pico de un restaurante). Vi el estrés de lo que es realmente trabajar en un local gastronómico.


Comanda tras comanda.


Desde fin de la segunda hasta el fin de la tercera semana inició lo que llamaría un proceso de explotación y maltrato laboral que se iba agudizando noche tras noche, y que, en la cuarta semana, sería terrible.


Situaciones de exigencia como que ya tendría que tener la velocidad de los chicos que ya llevaban dos años en la empresa, falta de pago de algunas propinas y enojos de los supervisores sobre cuestiones que no estaban relacionadas a lo que estaba haciendo. Estas fueron algunas de las cosas que uno comprende y que lo dejan pensando a uno por mucho tiempo.


Las horas pasaban. La presión y la tensión aumentaban cada vez más. Los compañeron, en pocas ocaciones, ayudaban en el perro. Cada vez, la exigencia era mayor. Pero ese no era el problema, sino el detrás de escena. Aquello no todos ven cuando van a comer al restaurante, eso que suele estar oculto.


El desgaste mental y físico era cada vez peor. Los horarios rotativos, el maltrato de los jefes y situaciones que no ayudaban, dejaron un gusto amargo sobre un oficio que puede ser mejor. Eso, sumado a que las mesadas eran chicas, volvía con dolor de espalda todos los días.


¿Adiós a la gastronomía?


Si la tercera semana fue difícil, la cuarta semana fue imposible. Los turnos se extendían hasta la una de la mañana, dolores profundos de cabeza y espalda comenzaban a ser cada día más molestos, y ponían una exigencia que ni a los viejos empleados les daban. Todo ameritaba que el fin estaba por llegar.


Combinar una mala paga (por hora y la mitad en negro) con algo que alguien no puede hacer todo solo, genera cierto rechaso. La influencia de la gastronomía práctica y la falta de opción para innovar las presentaciones de los platos causa la imposibilidad de crecer y de ser creativo. Todo lo negativo, lo tenía esta empresa.


En la cena del último día de trabajo llamé al supervisor. Estaba decidido: iba a renunciar. Él llegó a la mesa y le expliqué la situación. Me pidió quedarme hasta que pase la hora pico por lo menos, para ayudar un poco más. Me quedé. Cumplí. Pasaron las 10 de la noche y me comuniqué con mis compañeros: la comanda que apareció era la última que iba a hacer porque renuncié. Me tenía que ir, no quedaba otra opción.


Una experiencia que hay que pensarla varias veces para repetirla. Un hábito que demanda mucho y da poco rédituo económico. Francos rotativos, malos pagos, maltrato laboral. No. Gracias. Hasta luego. Si hay algo que no vale la pena hacer es seguir en algo que no te aporta, en algo que no influye. ¿Será algo que no sigue un ritmo? Puede ser. ¿Intentaré probar suerte en otro lugar a ver si el ámbito cambia? Es algo que no sabré decir.




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